martes, 7 de mayo de 2013

José.

José era un chico de veintitantos que estudiaba en la misma universidad que yo. Tenía cabello castaño enrulado, ojos marrones y era bastante alto, usaba unas gafas que le daba un aire intelectual aunque algo desalineado,
tenía la sonrisa de un niño y cuando me hablaba lo hacía de una manera respetuosa que me excitaba sobrenaturalmente. Quería hacerlo mío con todas mis fuerzas, pero nunca encontraba el momento. 
Un viernes salgo de clases cansada y con ganas de relajarme un poco, cuando veo a José en la puerta de la uni reunido con un grupo de chicos, llevaba un joggin gris claro con una remera azul marino, zapatillas blancas, mochila y sus lentes. ¡Cómo me calentaban esos lentes! Todo mi cuerpo se encendió instantáneamente, necesitaba una excusa para hacerlo mío y necesitaba que sea (ya o al instante) ese mismo instante. Cuando me acerque a él todos sus amigos desaparecieron, uno a uno nos fueron dejando solos. Le dije que necesitaba ayuda con un trabajo de sociología, en seguida se ofreció a ayudarme. Comenzamos a caminar en dirección a la casa de Moira, ella no iba a estar y yo tenía sus llaves. Me las había dejado para que fuera cuando quisiera y, para ser sincera, este era el momento justo, quería llevar a José a esa casa donde todo era erotizante.
En el camino apenas me hablaba y cuando lo hacía eran puras banalidades. Estaba nervioso, podía notarlo, y eso me provocaba mucho más aún, necesitaba poseer su cuerpo. Mi mente volaba, me imaginaba sobre él, besando sus ojos, sus labios, su cuello, bajando por su abdomen hasta llegar a su pene erecto, dulce, extremadamente delicioso. Estaba excitada, podía notar mi humedad entre las piernas al caminar, por suerte estábamos muy cerca .
Al llegar, lo invite a pasar. Enseguida nos envolvió el aroma a vainilla característico de la casa y el cuerpo de Moira, la echaba de menos. 
José se quedó de pie en la puerta, tal como había hecho yo la primera vez que entré. Le pedí que tomara asiento mientras yo iba a la cocina, sabía que mi amiga guardaba una botella de ese vino blanco que hace perder los sentidos, serví dos copas y me senté a su lado en el sillón negro. Por un tiempo largo no dijo ni una sola palabra pero yo podía saber qué estaba pasando por su cabeza, tenía ganas, miedo, curiosidad. En un segundo que me pareció eterno José clavo su mirada en la mía y ya no hizo falta decir nada más. Lo bese, sí, fui yo la que se abalanzo sobre sus labios y lo besó, lo hice de forma desesperada, hambrienta de deseo, su boca era tentadora, su lengua jugaba con la mía, se acariciaban, se entrelazaban, se chupaban, me subí arriba de él, me quite la musculosa y comencé a restregarme sobre su pene ya duro. Como pude le saque la remera, observe maravillada su pecho viril y me entraron unas ganas locas de lamerlo, le pase la lengua por los labios y fui bajando por su pecho, lo lamia y lo olfateaba, olfateaba su olor a hombre a calentura. El joggin le daba libertad a su pene, podía notarlo, podía sentir pasión. Con demasiada desesperación le quite el pantalón, tome su sexo con las dos manos y lo metí en mi boca, sabía exquisito, mis manos se movían al compás de mi lengua, lo oía gemir, sentía sus manos en mi cabello y mi desesperación aumentaba, me levanté la pollera , me hice a un lado mi tanga blanca y me hinqué en él, su pija encajaba dentro mío a la perfección y la piel que teníamos era como siempre me lo había imaginado. Empecé a moverme un poco más fuerte, mientras él apretaba mis pechos con una fuerza asombrosamente placentera, mordía mis pezones y me hacía gritar. Estábamos a punto de llegar al climax pero aun no era el momento, necesitaba más de él. Baje un poco el ritmo, me alejé de sus labios pero no dejé de moverme, mis movimientos eran certeros y rítmicos, al igual que su respiración. Quería que me vea, quería que observe cómo me movía y fue así cómo ambos llegamos al orgasmo, uno fuerte y sincero.
Caí rendida a sus brazos y él me abrazo, mi piel se erizo a su contacto y volví a besar sus labios, mientras respiraba satisfecha.
• Me gusta como lo haces
Dijo una voz femenina. Estaba de pié junto a la puerta, mirando todo lo que había pasado en su sillón, y nosotros no nos habíamos percatado de su presencia.

CONTINUARA.

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